Siempre creí que podía seguir adelante solo, durante mucho tiempo solo tenia amigos y familiares, me negaba a aceptar la idea de que me hacia falta amar a alguien de una forma distinta de cómo lo hago hacia un amigo o hacia un familiar. En cierto modo yo era una persona amargada, que además me asustaba y agradaba aparentar ser una persona fría, cruel y sin sentimientos. Me costo mucho tiempo, esfuerzo y sufrimientos poder cambiar mi perspectiva, la forma con la que veía la vida pasar.
Hace un par de años era un perdedor, veía la vida pasar de forma lenta, pronunciada, vestida de blancos deslumbrantes mofándose de mi existencia, de mi obligadamente precaria felicidad, pasaba la vida triunfante riendo y cantando sonoramente. Yo iba atrás, la perseguía de forma lenta e insegura, esperando poder alcanzarla o en el camino perderme de alguna forma para no terminar cansado del viaje ni mucho menos morir en el intento.
Actualmente tengo a quien amar, además de tener un par de amigos verdaderos y otras amistades en menor medida y claro también tengo a mi familia. Considero que mi felicidad es plena en este momento.
Veo que uno de mis mejores amigos pasa, el no me ve y tengo unas ganas de platicar con el de lo que sea, con el me la paso muy bien, su compañía es grata, considero yo que es de las escasas personas que me hacen experimentar cierta adicción hacia su compañía, pero ya habrá tiempo de hablar detalladamente acerca de este sentimiento de sujeción, así le llamaría yo.
Quiero correr, gritarle esporádicamente como es mi costumbre, quiero que me vea y que me de sus sabios consejos, que me apoye, que me haga reír por momentos. Una voz dentro me dice “Deja que se vaya, tienes que dejarlo ir” de cierto modo me altere y asuste, regrese a los cuadernos que tenia entre brazos en los cuales estaba escribiendo e intente con todo mi ser continuar con mis labores académicas.
Déjalo ir…déjalo ir… ¡Déjalo ir!
Resonaban esas palabras en mi cabeza y en todo mi cuerpo. Aun sentía ganas, mas bien una enorme necesidad de hablar con el, sentí como mis piernas querían salir de ahí e intentar alcanzarlo. Aunque decidí hacer caso a mi interna voz desconocida, a final de cuentas ya habría tiempo para charlar con mi extraño amigo.